En la actualidad, parece muy extendido que todo lo que no somos capaces de afrontar y expresar, nuestro cuerpo acabará sufriéndolo. Y es cierto. A veces será a través de simples molestias difusas y sin causa aparente. Pero en ocasiones pueden llegar a producirse enfermedades más o menos severas, en función de las vulnerabilidades que se puedan padecer de forma previa. Y estas dolencias, sin duda afectan a las vidas cotidianas de quienes las padecen.
Es claro que, cuando para dar respuesta a todas las demandas o necesidades que se dan en nuestra vida cotidiana, sometemos a nuestro cuerpo a una intensidad de respuesta excesiva, éste enferma. Podemos pensar que el famoso estrés sólo hace alusión a tener demasiadas cosas que hacer o a ir demasiado acelerados por la vida. Pero no es así, vivir continuamente con miedo, enfado o excesivamente tristes también debe ser considerado como una fuente de inestabilidad y por tanto de sufrimiento para el cuerpo.
También es sabido que cabeza y cuerpo están totalmente interrelacionados y que es igual de importante el cuidado de lo físico como de lo mental. Como venimos afirmando, el hecho de no afrontar el estrés o las emociones que nos dañan adecuadamente hará que nuestro cuerpo también sufra. Y este problema no es exclusivo de los adultos. Es frecuente encontrarlo también en niños y adolescentes. Y según el impacto que tenga en sus vidas, también puede afectar tanto a su concepción de si mism@s como a su forma de relacionarse con el mundo y los demás.
El hecho de sentirnos enfermos o enfermizos, condiciona la actitud con la que enfrentamos nuestro día a día. Y si encima vivimos la incomprensión que se deriva de la falta de un diagnóstico, esta merma de la confianza personal aumenta. Desde fuera, puede resultar sencillo atribuir a causas emocionales las molestias físicas que son difíciles de filiar. Y podemos caer en el error de simplificar el por qué del sufrimiento físico de una persona.
Pero para quien las padece, ni esa conciencia es tan sencilla de adquirir, ni les resuelve el malestar. Incluso puede llegar a agravarlo y fomentar el aislamiento o la aparición de síntomas psicológicos que no se padecían. Y lo que si parece evidente es, que si no se resuelven, las alteraciones físicas seguirán apareciendo cada vez que el sujeto se desestabilice emocionalmente o enfrente un período de mayor estrés.
Por tanto, consideramos que ante todas aquellas dolencias físicas que no son atribuibles a causa orgánica, debiéramos valorar el posible impacto de inestabilidades emocionales y/o psicológicas que pudiesen estar provocándolas y manteniéndolas. Esta consideración es igual de importante que el descarte de los cuadros o alteraciones médicas que puedan estar precipitando y/o manteniendo cuadros emocionales.
En sentido contrario, cuando padecemos enfermedades físicas con etiologías orgánicas claras, su evolución también se verán afectadas por los aspectos emocionales que nos suscitan tanto sus síntomas como las limitaciones que puedan imponer. Dichas vivencias pueden suscitar el empeoramiento de síntomas vinculados al dolor, a la movilidad, a las alteraciones digestivas o respiratorias, propios de dichas patologías, entre otras. En este escenario, serán estos procesos más vinculados a lo emocional y al estrés, los que puedan afectar a la vivencia de enfermedad de quienes lo padecen.
Por tanto, ser conscientes de la interrelación entre los aspectos más emocionales, el estrés y las respuestas de nuestro cuerpo es fundamental de cara a proteger el bienestar integral de la persona. Ya sea cuando físicamente se está sano o enfermo.
Consecuentemente, ser consciente de que estamos enfrentando situaciones que nos desbordan es un paso fundamental para evitar potenciales sufrimientos físicos innecesarios.
Así que, igual que el cuidado del malestar físicos es algo que nos sale naturalmente. Del mismo modo debemos aprender a prestarle atención a nuestros padecimientos emocionales y a aprender a manejar el estrés. Porque si el cuerpo duele pero no hay causa orgánica que lo explique, es porque no estamos escuchando a nuestra cabeza. Pero existiendo una etiología médica que justifique el sufrimiento corporal, no debemos ignorar el papel de nuestras emociones en el modo en que lo enfrentamos.
Así pues, tengamos siempre en mente que Pedir Ayuda Está Bien. Y por tanto, aprender a enfrentar nuestro malestar físico del mejor modo posible, siempre será en nuestro beneficio y… ¡¡¡ahí podemos ayudarte!!!.
Texto de Nuria Blanco Piñero