En la primera infancia, cuando se observan en un/a niño/a limitaciones significativas en su capacidad para adquirir nuevos contenidos o habilidades y hacer un uso funcional y adecuado de las mismas, se suele realizar una valoración de competencias madurativas. Normalmente, los padres identifican que sus hijos/as no evolucionan igual que otros niños/as que puedan conocer o notan demasiadas diferencias con lo que han leído o les comentan.
Sin embargo, estas dificultades pueden pasar relativamente desapercibidas hasta que el niño/a inicia su etapa escolar. En este momento, que el aprendizaje esperado en los pequeños ya está estructurado, estas observaciones son más contundentes y objetivas. Sin embargo, no podemos destacar un momento concreto en el que se identifiquen de forma rígida o estable. Son muchas las dificultades madurativas o limitaciones cognitivas que pueden padecer los niños a lo largo de su infancia y/o adolescencia.
De hecho, hoy en día, nos encontramos con una población de niños/as y adolescentes que no llegan a padecer ninguna limitación con una intensidad clínicamente significativa, pero que presentan unos perfiles de inmadurez cognitiva lo suficientemente importantes como para que les dificulten su rendimiento escolar y el desarrollo de la autonomía.
Del mismo modo, también puede suceder que sea la presencia de alteraciones emocionales (ansiedad, depresión…) las que estén repercutiendo en la función cognitiva. O lo que suele ser más habitual, la interacción entre las limitaciones madurativas y/o cognitivas del chico/a y su estado de ánimo más inestable, los que atenten contra dicho rendimiento académico y personal.
En estos escenarios, las familias tienden a apoyar a sus hijos facilitándoles las labores académicas bien a través de una supervisión más estrecha o de la figura de los profesores particulares o academias. Sin embargo, este apoyo puede llegar a quedarse cojo, puesto que, si bien los niños/as aprueban sus asignaturas, la inmadurez que presentan afecta también a sus desempeños en otras áreas de la vida.
Es por este motivo, que queremos destacar la importancia de la adecuada evaluación de competencias madurativas a nivel cognitivo en el momento que los chicos/as empiezan a presentar dificultades para alcanzar los hitos académicos que se esperan de ellos o cuando se observan limitaciones en la competencia de habilidades esperadas para su edad (gestión del tiempo, planificación, responsabilidad, habilidades sociales…). Y será la figura del neuropsicólogo/a, la encargada tanto de identificar el nivel madurativo de los interesados, determinar los potenciales problemas de aprendizaje específicos y ofrecer estrategias para mejorar la gestión emocional relacionada con tales afectaciones.
De este modo, podríamos establecer la siguiente clasificación superficial para entender las principales diferencias entre los psicólogos y los neuropsicólogos:
PSICÓLOGO SANITARIO |
NEUROPSICÓLOGO |
-Problemas emocionales y afectivos (tristeza, apatía, crisis de ira, manejo de la frustración…)
-Dificultades para las relaciones con el entorno (déficits de habilidades sociales, aislamiento…) -Alteraciones del comportamiento y adaptativos -Cuadros psicopatológicos (ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria, adicciones, cuadros obsesivos…) -Problemas de autoestima, identidad u orientación personal -etc… |
-Alteraciones de:
-La memoria, -La atención, -El lenguaje, -La toma de decisiones, -El control del impulso, -Las funciones ejecutivas -La velocidad de procesamiento -Entre otras de las funciones cognitivas. |
En resumen y muy grosso modo, si las dificultades detectadas están más relacionadas con aspectos más emocionales o conductuales, un psicólogo sanitario sería el profesional de primera elección. Si por el contrario, se observan problemas de tipo cognitivo o neurológico, entonces un neuropsicólogo es la mejor opción.
Y llegados a este punto, podríamos plantearnos si existen diferencias en la forma de trabajar de un profesional y otro. La respuesta es que, a grandes rasgos la metodología a seguir es muy parecida. Porque la gran diferencia está en el objetivo a conseguir y en la conceptualización del problema objeto de la demanda.
Por tanto, un neuropsicólogo deberá realizar una adecuada evaluación para la delimitación del problema, concretando no sólo la orientación diagnóstica sino también la descripción detallada de las dificultades o debilidades cognitivas así como de las fortalezas, del chico/a. Para posteriormente, diseñar un protocolo de intervención personalizado que permita paliar las dificultades y optimizar el rendimiento cognitivo de los mismos.
Y por este motivo, es cada vez más frecuente recurrir a un especialista en neuropsicología ante las dificultades que presentan los chicos/as durante la etapa escolar. Por la importancia de la detección temprana de las potenciales dificultades cognitivas y/o madurativas, así como por la importancia de la estimulación de las mismas, de cara no sólo a paliar sus efectos sino también reforzar las fortalezas y garantizar una maduración lo más saludable posible y una creciente autonomía. Destacándose, por tanto, los programas de entrenamiento neurocognitivo, como una herramienta efectiva y eficaz para potenciar la maduración integral de los niños y jóvenes, que también se concretará en un mejor rendimiento académico.
Texto de Dña. Myriam Morcillo Rodrigo, Psicóloga y Neuropsicóloga del Centro eNBlanco.